Chapala, 1816
El lago hervía bajo la niebla matutina. Desde la orilla, Martín observaba la silueta de la Isla de Mezcala como si fuera un espectro. El agua quieta ocultaba la violencia latente.
Seis años. Seis años desde que cruzó el océano buscando un nuevo comienzo. Solo encontró otra guerra.
«Maldita guerra. Amarga suerte. Huyo de una y caigo en otra. ¿Será ese mi sino?»
Había combatido en su tierra natal, en Navarra, al lado de los hombres de Mina, resistiendo la invasión francesa en los altos de Torres del Río y Sansol. Luchó con fe entonces, con rabia y fuego en el pecho. Pero algo se quebró. Tal vez su alma, tal vez su fe. Y huyó.
Ahora, en estas tierras extrañas, se encontraba del otro lado de una causa que tampoco entendía. El enemigo tenía otros rostros, pero el miedo, el hambre y el absurdo eran los mismos.
La tristeza era más profunda que cualquier herida. Más pesada que el sable que aún llevaba al cinto, aunque apenas lo desenvainaba ya.
Martín no sabía si era soldado, fugitivo o simple fantasma de sí mismo.
Desde 1812, Mezcala era un bastión de resistencia insurgente en el corazón del Lago de Chapala. Dirigidos por el clérigo Marcos Castellanos, José Trinidad Salgado y José Encarnación Rosas, los defensores -indígenas en su mayoría- habían soportado durante años el sitio de las tropas realistas bajo el mando del general José de la Cruz. A Martín, capitán de dragones, le había tocado vivir cada día de esa guerra sin fin.
La escasez de alimentos, las enfermedades, el asedio constante. Y la vergüenza de los fracasos: la pérdida de los Corrales en 1814, los cuatro cañones capturados por los insurgentes, el desembarco fallido de Rafael Luna. Todo eso pesaba más que cualquier medalla o galón. Ya no quedaba gloria, solo desgaste.
La carta de Martín
Aquella noche, tras un enfrentamiento crudo, Martín regresó a su tienda. Se sentó frente a la vela temblorosa. Tomó papel y pluma. Sus manos aún temblaban del frío, del hambre o del miedo, ya no lo sabía.
Frente a él, dobló con cuidado una hoja en blanco, formando un sobre rudimentario. Con tinta espesa y letra clara, escribió sobre la cara del pliego:
Para doña Ygnacia Chavarri y don Joseph Bruno Ruiz de Cabañas
Casa familiar, Espronceda, Navarra, Reino de España
Luego, tomó otra hoja y comenzó a escribir.
Isla de Mezcala, otoño de 1816
Querida Madre,
Los días se estiran como las sombras al caer la tarde. Esta guerra no tiene rostro. Solo hambre, piedras y silencio.
Nos enfrentamos a hombres con poco armamento, pero con una voluntad que hiere más que nuestros fusiles.
Han lanzado piedras con tal precisión que hemos perdido más hombres de los que puedo contar sin llorar.
Madre, si alguna vez lees estas líneas, dile a padre que no me he rendido, pero que esta lucha ya no tiene sentido para mí.
A Joseph Antonio, pídele que cuide de María. A mi hermana mayor, que guarde los lazos de la casa. A mis hermanos menores, que no sigan mis pasos. Que, si algún día les ofrecen cruzar el mar, digan que no.
Rezad por mí. No por mi alma, sino por mi regreso, que con eso me basta.
Tu hijo,
Martín
El desenlace final
A finales de ese año, tras seis años de sitio, enfermedad y desesperanza, el general De la Cruz propuso negociar. La respuesta insurgente, inesperadamente, fue un sí. Nadie podía ya sostener el infierno.
La rendición no fue una derrota, sino un pacto entre hombres que se habían desangrado demasiado. Se otorgaron grados, amnistías y garantías. La isla fue desmilitarizada. Y muchos regresaron a sus casas.
El alma de Martín
Martín no regresó nunca. No del todo.
Noche tras noche, bajo el cielo extranjero, miraba las estrellas y buscaba en ellas la silueta de su pueblo, de sus montes, de su madre.
«¿Por qué matamos y morimos por un rey lejano? ¿Qué sentido tiene todo esto?»
Odiaba este país. Odiaba también el suyo. Porque ambos le habían dado guerra.
Quería volver a Espronceda, a sus vacas, a su Madre, Su Padre, su María. Pero sabía que había cruzado una línea invisible. La guerra le había cambiado el alma.
«Qué triste ha sido mi todo.»
Aquella frase, garabateada en el margen de su carta, quedó sin firma.
Esperaba que nadie la leyera. Pero alguien, algún día, lo haría… vaya que lo haría.
Es tan interesante tu historia que cada día quiero saber más de mus antepasados. Gracias. Excelente
Genial Benjamín.
El libro de tu Historia va poco a poco .
Un verdadero regalo cada capítulo, gracias compañero.
Al final, haremos una novela por entregas!!!.
Espero que a todos les guste.
Gracias por tu apoyo Toño!!
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